sábado, 24 de mayo de 2014

Afluentes

En lo más profundo de la montaña
cae, con elegancia, la nieve blanca.
Al principio resplandece bajo el sol
como unos mil diamantes de gran valor
y acaba fundiéndose con el barro,
se marcha a la aventura, río abajo.
Entre las cumbres fluye con timidez
pero luego discurre con rapidez;
cuando por fin se presenta en la llanura
besa las dos orillas con ternura.
Entonces aparece una muchacha
joven, de lindos ojos esmeralda.
El río la mece en sus aguas frías,
acaricia con sus olas la niña.
El río de la joven se enamoró,
pero ella intentaba espantar el calor:
así, cuando sintió el frescor en la piel
se fue lentamente para no volver.
El río abatido se deja llevar
con sus lágrimas aumentando el caudal.
Los árboles lo rozan con consuelo
pero la tristeza cubre su cielo
y justo cuando la tormenta empieza
el río fallece en el mar turquesa.
Mientras tanto, allá en las cumbres se ciernen
nubes, de nuevo cubriéndolas de nieve.
¿Y si te digo que tú y el pobre río
sois, en realidad, más que parecidos?
Naces radiante, libre de pecados,
pero te derrites en pocos años
y descubres la vida descendiendo
por la ladera, justo cuando el viento
trae consigo un amor que te llena
pero que al final, el tiempo te lleva
y con fuerza lo intentas olvidar
y sin darte cuenta acabas en el mar.

Cada vida es un pequeño afluente
que desemboca en un río presente
nuestros objetivos, nuestros sueños,
nuestras intenciones, nuestros deseos...
Te estoy hablando del río de la vida
en el que acabaremos algún día.

Foto: Ría de Avilés, Asturias.

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